Todo estaba a punto para la gran noche de Santiago, mi ciudad; unos fuegos del Apóstol esperadísimos, y de repente, todo se truncó para siempre. Un tren a toda velocidad terminaba con la vida, el futuro y las ilusiones de decenas de personas que querían o debían acercarse a Galicia.
La solidaridad, el instinto de supervivencia y el afán de ayudar hicieron el resto, y todo se convirtió en una grandísima cadena humana remando en la misma dirección, todos a una. Ya no quedan sonrisas, ni el jaleo, ni el sonido propio de la fiesta, hoy sentimos nuestro semblante, nuestro corazón y el alma rotos de dolor y pena, tanto por los conocidos, como por los desconocidos que desde anoche forman ya parte de nuestras vidas.